miércoles, octubre 04, 2006

Fragmentos para laberintos

Humberto Valdivieso



1. La oquedad es un rasgo de la existencia y por lo tanto de lo creativo. Por un lado le da sentido a lo sólido y por otro expresa la pertinaz manifestación, en nuestro mundo, de aquello que no podemos ver. Nos recuerda que hay realidades intangibles para los sentidos, nos conecta con la contradicción y nos refiere al origen de nuestra estructura más básica. Reconocer el vacío es aceptar la complejidad de nuestro lugar en el cosmos en tanto seres físicos, anímicos y espirituales. Una manera de hacerlo es expresando plásticamente esa condición de insustancialidad. Es decir, pensar la forma desde lo informe, moldear los volúmenes sin olvidar el vacío y sugerir lo perceptual a medio camino entre lo presente y lo ausente.

2. A mitad de la noche, en la mitad de la cama, me intoxico pensando mientras busco una explicación a esta necesidad de arrastrarme hasta ti. Es mayo, hace calor y las moscas descienden sobre Caracas. Ayer estuve el día entero intercambiando teléfonos con extraños, buscando un posible enlace para unirme a una célula terrorista. No sé qué me llevó a tomar semejante decisión, ya no entiendo muchas cosas de esas que pasan aquí. Tal vez fue el haberme quedado sorprendido frente a sus ojos y a su burka negra.

Aunque ya no era inocente, de todas formas sospeché, mientras recorría las calles, que los judíos, los cristianos y los musulmanes me observaban desde las azoteas. Sentí pena. Quería pedirles perdón, pero ya era muy tarde.

Éramos cuatro hombres y una mujer. Uno respiraba rápida y profundamente como si todo el aire del mundo no alcanzara para llenar sus pulmones asediados por el tabaco. El otro había nacido con ojos de criminal, sospeché que había salido del vientre de su madre como una afilada daga, haciéndola sufrir dolores inimaginables. El tercer hombre era un cocinero. Nada puedo decir de él pues guardaba todos los rencores dentro de sí. Tal vez era europeo a diferencia de los demás. Fue la mujer quien me contactó a través de una red telefónica con la cual me involucré. Ella esperaba la muerte con paciencia y no ocultaba su solitaria virginidad. Todos convivían en el mismo apartamento, sin hablar mucho, esperando la hora de cumplir su misión.

Nuestras experiencias no eran semejantes, no teníamos asunto alguno que compartir. No había religión, sentimientos, deseos o programas de TV que nos permitieran aunque sea un intercambio de miradas. Creo que servían a los intereses de una ideología anti globalización. Sin embargo, estaban tan lejos de su hogar que habían olvidado el motivo concreto que los había traído hasta aquí. Nunca quise preguntar, yo mismo no podía responder esa pregunta. Creí estar haciendo algo extremo, supuse encontrar algún tipo de satisfacción y no era así.

Días más tarde sonó el teléfono celular de la chica y tuvimos que salir. Íbamos en silencio recorriendo las avenidas en nuestra camioneta azul. Ellos tenían puestos sus cinturones. Yo era simplemente el chofer. Eso me hacía más culpable, me sentía completamente vacío transitando las calles con un arma que no sabía usar.

3. Para hacer literatura apenas hace falta un lápiz, un grupo de ideas arriesgadas y vivir envenenado con emociones que no siempre son nuestras. Sin embargo, esas son condiciones que guardan la mayoría de los creativos. Por ejemplo, un ser humano atrapado en los pasillos de un centro comercial vive robando situaciones que no le pertenecen, cuerpos que no poseerá y diciendo mentiras humildes.

Una vez un joven publicista de Shangai alquiló, en Caracas, la vidriera de una tienda para anunciar los accidentes de su cuerpo. La gente comenzó a escribirle mensajes en el mostrador, en el piso, en las columnas y en los antiguos anuncios de neón. Eran teléfonos, correos electrónicos, direcciones, ofertas, súplicas, insultos y felicitaciones. Cuando no hubo más espacio escribieron sobre su piel. Algunos pensaron en un libro sobre la experiencia, otros querían fotografiar y no los dejaron, los vigilantes sospechan de algunos videos hechos desde algún celular. Nada de esto fue permanente y nunca se llegó a mostrar en Internet. El local fue remodelado a los pocos días de terminar la experiencia y lo que había sobre su piel los adolescentes lo borraron con la lengua.

Como todo, aquel joven de Shangai fue olvidado rápidamente. No obstante, él guardó casi todo en su memoria, incluyendo el sabor de cada boca. Ya anciano y perdido en un suburbio latinoamericano escribió una obra. Era un tratado sobre el consumo de la inocencia. Lo acompañó con algunos ejemplos recibidos por e-mail.

4. Gotas de esperma de vela trastornaban su espalda. Lágrimas de rimel dibujaban trazos inconexos que se confundían entre las filigranas góticas del maquillaje. Las uñas agredían las sábanas mientras los dientes apretaban las almohadas. Su lengua roja ya había probado sangre y aquellos ojos rápidos descansaban bajo los parpados cerrados. Una sonrisa final olvidó las muecas de dolor y los gestos de placer.

El día anterior, cierto hombre, que también era una posibilidad, le había regalado una idea prestada: “todo movimiento produce sonido”. Ella pensó: “toda pulsión que provoque un leve dolor origina un movimiento de placer”. Más tarde se le ocurrió: “El desplazamiento de lo físico incita gemidos indescifrables y continuos que únicamente son comprensible en la literatura”.

Por la mañana, sentada en café Piú, escuchó la charla de dos que hacían referencia a un hombre de Shangai. Era un extraño personaje que conoció el dolor y escribió sendos tratados sobre la inocencia (aunque algunos insisten que fue apenas un libro). Ellos pensaban que nunca habían sido publicados. Ella terminó su botella de agua y los que hablaban bebieron té en tazas de dragones azules. Todos se marcharon por calles distintas. Ella, al llegar a su casa, abrió el correo electrónico y encontró un mensaje, que con palabras sencillas, le ofrecía tres gotas de sangre, una llama capaz de dejar una discreta pero contundente estela de cera sobre la piel, un movimiento continuo y algunas palabras de amor. En ese momento entendió que su cuerpo deseaba huellas imposibles de obtener detrás de un monitor. Su último mensaje antes de salir fue: “sólo el movimiento produce sonido: te amo adictamente”.

5. “Cada escena lleva estampado el sello de este controversial director, cada personaje arranca lo mejor de su intérprete y toda la historia envuelve una propuesta de vida que cuestiona la perspectiva común sobre las dimensiones de nuestro mundo y el tamaño de nuestra imaginación”. A pesar de las continuas sonrisas, todo fue rechazado por el productor.

6. “Inmersa en los corredores de la urbe, resistiendo el acecho de las formas colosales, hay una ínsula, un mundo aparte a cuyo seno el alma ha sido desterrada. O más bien, encerrada en él. Es un guetto habitado por seres colmados de necesidades, melancolía y dolor, pero también de extrañas alegrías propias. Es el lugar donde el poeta ha descubierto lo poco de alma que sobrevive en Caracas”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

7. “Es ahí cuando se produce el primer proceso de la iniciación. Esta introducción representa, en el poeta, la etapa de preparación. Pareciera que cada vez que va a penetrar dentro de los ámbitos enrarecidos de la ciudad, necesita disponerse, descomponerse y recomponerse. Es como si se hiciese de nuevo, para estar presto a iniciar la lucha con la materia o a provocar las transformaciones del alma en la ciudad. Es el mismo sentido del gesto que tienen los alquimistas junto al horno cuando se arrodillan e imploran la bendición de Dios”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

8. “Esa sangre fluye sin detenerse en el interior de la ciudad, buscando siempre algún motivo para irrumpir, mostrarse o aparecer. Esa esencia permanece oculta y en estado latente; urgida siempre de brotar hacia afuera generando una tensión específica. En este libro el párvulo es el guardián de esa potencia, porta bajo su piel tal fertilidad, lo hace conscientemente (no hay rubor), y aún así vive en condiciones de represión y segregación”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

9. “Es en este momento cuando las imágenes poéticas sacan del inframundo las referencias más arcaicas, y aquello que inicialmente venía tomando cuerpo como un torbellino, remata en la armonía del camino cíclico del sol, naciendo en el día y muriendo en la noche para renovarse infinitamente. Se ha trascendido así a un plano superior donde el alma encuentra conexión con armonía”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

10. A pocos metros de nuestro destino bajé la velocidad y me quedé mirando por unos instantes un grupo de personas reunidas frente a una vidriera. Era un confuso enjambre de mirones de distinta procedencia: activistas, adolescentes, voyeuristas, estudiantes de Letras, vampiros, bailarinas, diseñadores, periodistas, carniceros, policías municipales y quinceañeras que habían entregado sus labios en fiestas de clase media. Veían extrañados y placenteros a un asiático desnudo que sonreía amablemente detrás del vidrio. Era como un daimon del comercio, un súcubo publicitario o el más puro de los anuncios de toda aquella avenida. Los tres hombres me gritaron: debía apurarme, ellos querían sangre. La chica vio mis labios sonriendo a través del retrovisor. Sus ojos brillantes, atrapados entre dos líneas de tela negra, acariciaban mi cuello sin piedad.

11. Cuando dejó caer su burka para vivir en Caracas, sin la amenaza de aquellos que traicionó una tarde, dejó de pensar en el Kalashnikov y enfrentó su virginidad. Cierta frase escrita sobre una piel — “te amo adictamente” —, una explosión antes de tiempo y una mirada primitiva fueron su primer contacto con un impulso sexual.

12. Un hombre que estuvo encerrado por años detrás de un monitor quiso un período de desahogo para odiar en nombre de otros. No pudo y volvió a su teclado a soñar con un amor inconcluso y a pastar en salas de chat. Un encuentro en la Red lo llevó al sonido del movimiento de las esferas y a desear un toque de dolor.

13. “Shangai tiene un torre gigante con tres esferas rojas, calles llenas de anuncios luminosos dispuestos verticalmente y en agosto está a 31 grados centígrados. Ahí yo era muy elegante y tenía sexo con mujeres dragones que me devoraban por algunas palabras de amor. Sin embargo, mi cuerpo estaba oculto, la publicidad expuesta, las adolescentes eran vírgenes y nadie hablaba de dolor”.