miércoles, octubre 04, 2006

Israel Centeno: Palabras duras

María Celina Núñez


1.- Los personajes de Bengala no tienen redención. Teniendo en cuenta el resto de tu obra, ¿puede decirse que para Israel Centeno no existe la redención?

- Pudiera haber en todo esto una trampa, hablo del tema de la redención. Porque incluso quien se redime pudiera vivir en adelante bajo el yugo de la redención. La libertad es un compromiso, por ejemplo. De igual manera, toda opción, incluso el paraíso que nos venden las religiones. Puedes observar, por ejemplo, a un hombre que se redime llenando su cuerpo de explosivo plástico y, convirtiéndose en el esclavo de su martirio, que lo llevará a ese premio irrenunciable, míralo de este modo: pérdida de la libertad, porque se tendrá que calar unos polvos con mil vírgenes y orgasmos de mil años, asunto que me suena irritante. Imagínate el paraíso que uno ve en las portadas de algunas revistas fundamentalistas cristianas: un horror: hombres, tigres y serpientes bajo el yugo de la bondad infinita, comiendo manzanas, bananas y duraznos. Sobre todo esos niñitos monstruosos que no crecerán nunca una vez estén en el cielo, y que andan con una especie de cartilla, en una fosca edénica, enseñando a leer a jirafas y mariquitas. En cuanto a los personajes de Bengala, ellos nos confrontan con el pacto, eso lo digo también por otros personajes que podrían leerse en El Complot y en La Casa del Dragón. El pacto no es otra cosa que la firma de un contrato, todo contrato reta: el reto de violarlo. Tú me das juventud, yo te entrego mi alma, dice Fausto, un hombre inteligente quien asumió tener la ciencia y el ingenio para burlar al diablo. Eso se ve a cada rato. Volviendo a tu pregunta, las personas que banalizan al mal y pactan con él creyendo que, de alguna manera, alardearán de haber podido burlarlo, ineluctablemente cumplirán con su destino. Hay puntos de no retorno, podemos pensar también en Orfeo y Eurídice. Para Israel Centeno existe la redención cotidiana, la redención y los compromisos cotidianos. No hay un estado absoluto, puro, un lugar perfecto adonde ir.

2.- En Bengala el lenguaje juega un papel clave entre lo coloquial, lo procaz y lo lírico, ¿qué puedes decir al respecto?

- Veámoslo como una apuesta personal. Veámoslo como un contrapunteo de voces. Bengala es una novela de contrastes, aún cuando su atmósfera sea nocturna es blanca, gris, invernal, tiene el naranja de los cómics, el azul sucio de las lámparas de neón. En Bengala podremos encontrar también la mancha, el olor, la aridez, el lenguaje coloquial apuesta a su metamorfosis, cabalgando estas situaciones. Hay una ópera allí que se desdibuja, una puesta en escena que se malogra. Te puedo dar un dato que a mí me conmueve: siempre que estoy escribiendo algo parecido, transito emocionalmente el Jardín de las Delicias de El Bosco.

3.- En la novela la noche es el tiempo en que los personajes viven su auténtica vida, ¿por qué esta dicotomía entre el día y la noche? ¿Por qué esta concepción de la noche?

- En el principio creó Dios los cielos y la tierra… Dios dijo “haya luz” y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien y apartó la luz de la oscuridad, y atardeció y amaneció.
- Como verás es una dicotomía tan vieja como la escritura del Génesis. En lo particular, quizás queden dando vueltas dentro de mí algunas de esas distorsiones románticas. Soy crepuscular, y de alguna manera la noche reacomoda mis estados de ánimo. Ahora, si partimos de la dicotomía entre día y noche, estamos creando un espacio donde cabe el amanecer y el atardecer, la madrugada, que no es lo mismo que la noche. La mediatarde, que no es lo mismo que la tarde. Busco mirar desde esa dicotomía algunos matices.

4.- En Bengala aparece la figura de Trotski ya presente en Exilio en Bowery, ¿por qué la recurrencia del personaje?

- Trotski es una figura que siempre me ha fascinado. Un hombre que tiene una vida vasta y contradictoria, como para novelarla. De hecho, cuando escribió su autobiografía, así lo hizo. Es una de esas figuras trágicas, incluso cuando lo estudias, y te acercas a su biografía, desde un inicio sabes que no podía tener otro final que el que tuvo, ni otra vida que la que tuvo. Trotski, (que no los trotskistas ni el trotskismo, ni el comunismo), Trotski, un hombre que ganó una guerra civil sobre un tren blindado y luego se retiró a leerse toda la novela francesa del siglo XIX, perdiendo ante Stalin, de tal manera, el poder; era tan pequeño burgués, tan individualista, que nunca pudo renunciar a su soberbia individual, su gran soberbia, y eso lo convierte en una figura contradictoria y grandiosa. Así lo veo, cada quien tiene sus mitos y siempre, de alguna manera, trato de homenajearlo. Algún día, si todo alcanza, si me da la vida, volveré de una manera más acuciosa sobre el personaje.

5.- ¿Cómo te gustaría que fuera leída Bengala?

Me gustaría, sencillamente, que fuese leída. En todo caso, que su lectura moviese algunas emociones.

6.- Adentrándonos un poco más allá en tu universo como escritor, ¿cuáles son tus autores de cabecera?

Son tantos, aunque podría decir que siempre han sido los mismos y que estoy cansado de encontrar siempre nuevos autores de cabecera, o de no ponerme al día y cuando me pongo al día, me desencanto de los nuevos autores de cabecera y vuelvo a los de siempre. A Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Horacio Quiroga, Gustave Flaubert, Stendhal. Pero son muchos. Y siempre, dependiendo de la vida que vaya viviendo. Soy como las tortugas: llevo una biblioteca como casa. Vuelvo sobre el dato, soy un hombre que se maneja con cábalas: hubo una época de mi vida en que cada año volvía a leerme algunos libros. Por ejemplo, durante quince años consecutivos leí El Túnel, o durante cuatro años, El Pozo. Pasé dos años leyendo reiterativamente a Dostoyevski. Igual me ha pasado con Cien años de Soledad, cada diciembre, durante unos cuantos años, volvía a leerla.

7.- ¿Con cuáles escritores venezolanos contemporáneos te sientes afín?

Me pones en un compromiso. Ni Renato Rodríguez ni Elisa Lerner, ni Salvador Garmendia, ni José Napoleón Oropeza, ni Antonieta Madrid, ni Oswaldo Trejo, ni Ednodio Quintero son mis contemporáneos, pero me siento afín a ellos. Leo a todos mis compañeros de generación con avidez, respeto e interés, de la misma forma que leo a todos aquellos autores más recientes que tienen voces y propuestas interesantes muy dignas.

8.- ¿Cómo ves el problema del género en la literatura? ¿Qué opinas de la llamada literatura femenina?

No opino nada porque no creo en eso. Uno no puede opinar sobre lo que no cree, me gusta lo que ha hecho Oscar Wilde, o Virginia Wolf o Hermann Melville, y nunca me planteé que su trabajo pudiera inscribirse en una literatura de género, bien sea literatura gay, o literatura femenina o masculina. Creo que esta es una discusión que quedó por allá, por los años sesenta. Me parece que Juan Nuño escribió algunos ensayos sobre los géneros. Y pienso que como siempre, los venezolanos nos quedamos con algunas poses frente a una taza de café, la ceja en arco, la mirada oblicua, en completo desfase. Imagínate tú si comenzamos a pensar que existe el género literario de los borrachos, allí podrían entrar Baudelaire y Edgar Allan Poe. Clisé, clisé. Sólo reconozco, me recreo y me deleito en la literatura.

9.-¿Cuál crees que es la discusión fundamental en el campo de la literatura actual?

La de siempre. ¿Está todo dicho? ¿hay algo nuevo que decir? la forma, el fondo, la metaficción, la metaliteratura, el Quijote y todo ese rollo. ¿Ha muerto la novela? ¿Qué es el cuento?

10.- ?Cómo te sientes tratado por la crítica?

Tan bien tratado como yo la trato a ella.

11.- ¿Hay alguna pregunta que nunca te hayan hecho y que te gustaría que te hicieran?

Muchas, pero no me imagino cuáles. Seguramente irán viniendo.