miércoles, octubre 04, 2006

Hay algo que sangra

Fedosy Santaella


El hijo estaba en el pasillo. Era hermoso, era un imán, era maléfico. La mujer se hallaba en la puerta, recostada, cruzada de brazos, sombras en los ojos. Ella tenía suerte también, muchísima suerte, y unos colmillos de alabrastro. Él, serpiente inválida, se encerró en el baño y cayó de rodillas.

Ahora contempla el techo, mientras la realidad llueve sobre su cuerpo. Comienza a sentir. La acidez le devora la garganta. Le tiemblan las manos. Sus dedos huelen a sarro, al mal aliento que tiene en su boca.

Se recuerda caminando por la autopista. Entonces él era el de la buena suerte, y un experto en propinar dolor. Uno de los mejores. Brenda vino volando desde el socavón de la noche. Se detuvo ante él. Cayó de rodillas en un gesto con sabor a deja vú, y mostró los colmillos, el cuello. Pidió que le devolvieran el amor que le acababan de arrebatar.

Él la apartó de un manotazo verdugo. Ella desapareció y volvió con el auto. Abrió la puerta, le pidió que entrara. Le rogó que entrara. Hacía unos minutos él se había bajado del auto y empezado a caminar por la urbanización dormida, sin mirar atrás, sintiendo el placer de la perpetración, sangre ajena sobre el lecho de la lengua. Entonces desembocó en la autopista. La autopista, tan inmensa como su suerte. Y es que con una fortuna como la suya se podía retar a los dioses, ser soberbio y no tener miedo.

Ella se bajó, lloró, imploró. El auto de ella ahora estaba a sus espaldas, en el hombrillo. Él lo miró. El auto le pareció triste, una posesión mundana que no mitigaba el dolor ni garantizaba la buena suerte. Brenda se deshizo como mil polillas que se queman en la luz, y él la vio de nuevo en el auto, frente a la casa, apenas unos minutos atrás, cuando él arrojó el veneno de sus palabras sobre el rostro atónito de la mujer. Ella apenas logró balbucear una interrogación. La respuesta fue un aullido de lobo. Sin más, él se bajó del auto. No volvería a su interior nunca más, no volvería a estar dentro de nada que tuviera que ver con Brenda. Y ella tendría que rodar hacia las oquedades del tiempo, perdida para siempre en su despecho eterno, buscando los falos del desconsuelo.

En el baño, contra la baldosa, en un close-up sobre el residuo de una gota-lágrima dibujada en sal, él busca aferrarse a aquel momento de morbo y satisfacción. Pero el recuerdo de la autopista es huidizo, como una rata que huye del barco que se ahoga. Comienza a ver escenas delicadas, hermosas. Escenas que ahora reconoce como cepos insospechados. Sacude la cabeza. Pero allí están. Ella las inoculó. Son un virus en sus venas.

Cuando ella apareció en su vida, él ya venía aburrido de la eterna salvaguarda de su buena suerte. Creyó entonces que podía quitarse el caparazón y experimentar aquello que los humanos llamaban amor. Se lanzó a campo abierto, sin sospechar que había dejado su rastro por todas partes.

Ella le montó un set de cine, tomó fotos de su felicidad, lo llevó al Lido veneciano del amor y a los centros comerciales de la correcta medianía. Fue la productora de sus sueños, y supo esperar. Ella que no era Brenda, supo esperar. Le dio un hijo. Un hijo hermoso, un hijo imán lleno de luz. Un hijo con una buena suerte tan grande que podía darse el lujo de retar al retador de los dioses.

A partir del nacimiento del vástago, él comenzó a sumar episodios de infortunio. Casi de la noche a la mañana perdió el trabajo, dinero y amigos, sufrió accidentes donde casi pierde la vida, y entró en crisis depresivas que lo arrojaron en el vacío catatónico de las clínicas psiquiátricas. No supo decir qué pasaba. Algo le estaba arrebatando su buena suerte. Su mirada se volvía siempre hacia un mismo sitio. Pero se negaba a aceptar la evidencia.

Ella, de la noche a la mañana, se había empezado a llenar de éxitos. Siempre había noticias buenas para ella, siempre luz en su entorno. Y cada día estaba más hermosa. Hermosa y exitosa.

Y el niño, el niño era de una inteligencia suprema. Avanzaba a pasos agigantados. Era un prodigio que además sonreía y hacía que se derretieran los hielos que habitaban en las comisuras de los labios de los hombres más necios y de las mujeres más frívolas.

Ya postrado en la cama, hace dos noches, ella se lo dijo. Le dijo que se había estado alimentando de él, que le había estado arrebatando la buena suerte. Pero no sólo ella. El niño también. Los dos. Él preguntó por qué (y al hacerlo recordó a Brenda, y su boca fue la de Brenda preguntando, haciendo la misma pregunta). La mujer respondió con una sonrisa y dos colmillos.

Como un paralítico demente que ha perdido sus muletas, se arrastró a duras penas fuera de la cama. En el pasillo encontró al niño prodigio que tenía apenas ocho meses y ya caminaba. El niño le sonrió, y le habló. Ya no recuerda qué le dijo, pero sí tiene muy presente el tono de su voz. Una voz gruesa, firme, educada, como la del demonio que firma los pactos del alma. Él reptó hasta el baño. Se encerró. En el pasillo el niño reía a carcajadas. Esta vez con risa fresca de niño celestial.

Y ahora él está allí, pegado a la baldosa y a la lágrima seca. Ellos esperan afuera.

Desde abajo, desde su ángulo contrapicado, él ve el espejo. Quizá por fin pueda ver sus faccioes, quizá por fin pueda reconocer su rostro después de toda una eternidad. Tan sólo tiene que ponerse de pie, y tratar de encontrar los orificios por donde ellos le han ido chupando la buena suerte.

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Lo que necesita son dos estacas de madera, un crucifijo y algo de fuerza para levantarse del piso. ¡Listo!

11:47 a. m.  
Blogger Fedosy Santaella said...

Amiga, lamentablemente hay vampiros a los que la madera y el crucifijo nada le hacen.

8:07 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hoy en día, los vampiros salen corriendo, si ven una curita pegada al cuello, lo sé por experiencia.

8:05 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Vampiros existenciales, me encantan, y son los peores.

3:53 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

hay algo que sangra,
a diario
una sangre traslucida
es de las peores.
sangre de ver y ver la "realidad".
La realidad no puede ser, sino, entre comillas,
lo dijo alguien que no se la tragó.

7:35 p. m.  
Blogger Fedosy Santaella said...

Entre comillas y entre colmillos.
Salud.

2:52 p. m.  

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