miércoles, octubre 04, 2006

Curita editorial

Jeff Crouch "Band-Aid"

En los viejos tiempos, y conforme a las sanas costumbres de la dinastía Chang, al cliente que se salía del camino, al que no se comportaba a la altura de la familia, lo encontraban a la mañana siguiente con una densa nube de moscas en la boca. Pero los Hermanos Chang son algo así como el brazo progresista de la familia, y tienen una máxima que repiten cada vez que el caso lo amerita: “Mejol pequeño escalmiento… que cliente muelto”. Será por aquello de que cliente muerto no paga. Así que, cuando el negocio no marcha tan bien como debería, ocurren los “pequeños escalmientos” como mecanismo disuasivo para evitar la etapa del “cliente muelto”.

Los Chang sacaron sus cuentas y balances y se sentaron a discutir sus columnas del Debe y el Haber y llegaron a la conclusión de que el negocio se les estaba relajando más de la cuenta. Que la Juguetería de los Hermanitos Chang los había perdido (a miembros de familia, empleados, clientes, a todos) en una nebulosa colorida y emotiva. Y ya el resto de la mafia comenzaba a burlarse, se corría el rumor de que los Chang estaban perdidos de sensibleros, que habían aflojado la cuerda porque ya no eran los mismos.

Así que llegó el día en el que se presentaron los mismísmos Hermanos Chang en la tienda y -ante nuestra mirada atónita- a fuerza de patadas voladoras, golpes de kung fu, bastonazos y hasta lanzamientos de rayos energéticos que les salían disparados por los ojos iban destruyéndolo todo mientras repetían: “¡Se acabó juego de niñitas, ahola fáblica de culitas!”.

Y nosotros aterrorizados, cubriéndonos detrás de la caja registradora y la máquina de bolitas de chicle de colores, respectivamente, nos aventuramos a preguntar: “¿Una fábrica de curitas… y eso para qué?”. La respuesta nos helaría la sangre: “Empleado habitual… es cliente potencial”.

Entendimos una vez más la grandeza, la clarividencia de los Chang, la sutileza de su crueldad. El nuevo negocio era redondo. A partir de ese instante todos íbamos a padecer una serie de pequeños accidentes domésticos: cortaduras con papel, laceraciones de dedos con los cuchillos de la cocina, picaduras de animales hasta ahora inofensivos, desgarramientos de las partes más delgadas y frágiles de la piel. Y nada mejor para esas pequeñas heridas que una curita. Nosotros las fabricaríamos para el uso de la clientela, pero también para el uso del propio personal.

Llamamos a todos los involucrados, explicamos la nueva dimensión del negocio y pedimos colaboración. Algunos accedieron por las buenas, con otros tuvimos que apelar a los pequeños escarmientos. Nada que no se curara con una curita.

Curitas para los pellejitos fuera de lugar, curitas para fijar la aleta nasal desprendida de nuevo a la cara, curitas para proteger la sensibilidad de la carne viva del dedo huérfano de uña, curitas para ponerse por fuera, curitas para rellenar algunas cosas, curitas para cicatrizar heridas internas. Curitas con sabor a chocolate, a fresa, a caramelo con extra de sangre. Curitas con texturas de piel fina, de pelos, de osito de peluche, de labios húmedos. Esta es la Fábrica de Curitas de los Hermanos Chang, donde siempre habrá alguna que le sirva, donde no le tememos al reciclaje, la única a la que Ud. llega sano y salvo pero saldrá herido y con varias puestas.

José Urriola y Fedosy Santaella (Capataces)

La Fábrica de Curitas de Don Paco.

Carlos ZZ Zerpa

¿Que es una Curita?

Tenemos que comenzar este escrito explicándole a quienes nos leen, que coño es una Curita, pues las Curitas, son unas pequeñas bandas adhesivas con gasa y mertiolate o mercurocromo en el medio, que sirven para proteger pequeñas lastimaduras, son esas que los gringos llaman “band aids”.

¿Para que sirven las Curitas?

Las curitas están estrechamente ligadas a la infancia de todos nosotros, un rasguño o una pequeña cortada sangrante nos hacia pegar el grito al cielo y ese máximo dolor solo era curado por un beso de nuestra querida madre que nos pegaba una Curita unida a aquella bella canción del “sana, sana culito de rana…”

Las Curitas tenían mil usos en nuestros juegos de niños y continúan teniéndolos aun hoy en día entre la población infantil, nosotros nos las pegábamos en las cejas para jugar a que éramos seres del espacio en el club de Buck Rogers o nos cubríamos completamente la cabeza con cientos de ellas para hacernos mascaras de la Lucha Libre y emular a “Santo el Enmascarado de Plata” o para jugar a las momias.

Recuerdo que mi sobrina le pegaba Curitas en la entrepierna a su muñeca Barbie como si fuese un Modess esa toalla femenina utilizada cada vez que llega el ciclo menstrual.

Mi pequeño niño disfruta al máximo hoy en día pegándoselas en el cuerpo como si fuesen tattoos, hablo aquí de esas Curitas que en vez de ser color piel, tienen muñequitos estampados, al Bob esponja, a Mario Bros o a los X Men por ejemplo.

La fábrica mas importante de Curitas en todo el mundo es la que tenía Don Paco en la calle Comercio, aquí en Valencia, inaugurada en los años 60`s en el traspatio de la tienda por departamentos “La Casa Lux”, hoy día ha desaparecido cono casi todas esas empresas del ayer, pero la recuerdo perfectamente por ser tan innovadora esa industria especializada solo en Curitas, no como esas otras factorías y maquiladoras que además de hacer banditas, también fabricaban, gasas, toallas, cintas adhesivas, parches para aliviar el dolor, adhesivos y mil vainas más.

Recuerdo el catálogo lleno de fotos de Curitas y más Curitas, mostrario de lo más variado y nada convencional, a ellas las anunciaban empacadas en cajas de 20 y 100 Curitas de 3/4’’.

La propaganda en la TV eran en blanco y negro y la caja full color, en donde aseguraban que con la Curitas Don Paco, de que Sanabas, Sanabas y veías como cualquier herida se convertía en un regalo del señor.

Una imagen publicitaria mostraba a San Lázaro con todo el cuerpo lleno de heridas y a unos perros lamiéndoselas, luego había otra imagen del mismo santo con las heridas que lo martirizaron cubiertas por unas Curitas y los perros que dormían a sus pies.

La Fábrica de Curitas de don Paco mostraba en su catalogo,

Curitas - Impermeables de las llamadas Water Prof, con las que podías meterte bajo del agua del mar, eran de caucho y de color negro brillante.
Curitas - Looney Tunes, que al momento de despegártelas una vez curada tu herida, se escuchaba una voz que decía, “That's All Folks”.
Curitas – Microporosas y Macroporosas.
Curitas - Neón y fosforescentes en colores amarillos, cyan, magenta y verde limón.
Curitas - Glow in the dark, para que a media noche brillasen con luz propia y asustaras a tus amigos cual fantasma.
Curitas - Plásticas de esas que van por ahí con cara de yo no fui.
Curitas – De tela 100% algodón y también de kaki y blue jeans.
Curitas - Transparentes que te muestran la herida que están curando.
Curitas - Para el Alma, por si te sentías sola, deprimida o que estabas en una situación difícil a la que no le encontrabas solución.
Curitas - Sexys… Te imaginas andar con una curita en forma de labios femeninos pegada justo en el…
Curitas - Con diseños varios, en tinta anticoagulante para que nunca se te curase la herida.
Curitas - No esterilizados para que la herida se infectase y te dejara una marca, una buena cicatriz que te recordara lo travieso que fuiste.
Curitas - Para hacerte lucir “Snob” en eventos y muestras de arte con esa lastimadura misteriosa con aire de interesante.
Curitas – De piel artificial de serpiente, de cocodrilo y de vaca… Una curita con pelos era lo máximo.
Curitas – Con tatuajes tribales, de rosas, corazones atravesados por cuchillos y con un ancla de marinero como Popeye.
Curitas – Redondas, cuadradas, triangulares y unas redondas pero con un agujero en el medio cual “salvavidas”.
Curitas – Como parche pirata para ponerte en un ojo y jugar al capitán Garfio y Peter Pan.
Curitas – Arrugadas para el codo y la rodilla.
Curitas – Con espinas que también pueden pegarse con las puyas para adentro y ser utilizadas como “silicios”.

Han pasado muchísimos años y aun hoy en día los progresos e innovaciones en la fabricación de Curitas no dejan de sorprenderme. Anoche vi un documental en Discovery Channel en donde mostraban unas Curitas que cambiaban de color, eran algo así como tornasoladas o como si fuesen Curitas al estilo camaleón que cambian de color según el entorno… También mostraban unas de un material plástico metalizado, cual espejo que reflejaban todo a su entorno y que además almacenaban musica en MP3, eran Curitas Ipod.

Dos cuentos calvos y uno con pelo

Enrique Enríquez


I

Quiero comprar un bisoñé.
Pero no quiero usarlo. Lo quiero de mascota.
Voy a ponerlo en la jaulita de un hámster, con su ruedita de ejercicios y todo.
Lo alimentaré con champú, y lo mantendré allí, feliz y contento.
Por si acaso.

II

Existe un libro que te hace crecer el pelo con tan solo leerlo.
Pero es un libro aburridísimo.
Entonces,
todos los calvos del mundo,
los infelices,
están esperando la película.

III
Me enamoré de una mujer barbuda y me escapé con ella a Las Vegas.
Fue amor a primera vista.
Pero ella resultó ser un oso afeitado, que se me escapó tras una liebre.
Me sentí usado.


www.enriqueenriquez.net

Fragmentos para laberintos

Humberto Valdivieso



1. La oquedad es un rasgo de la existencia y por lo tanto de lo creativo. Por un lado le da sentido a lo sólido y por otro expresa la pertinaz manifestación, en nuestro mundo, de aquello que no podemos ver. Nos recuerda que hay realidades intangibles para los sentidos, nos conecta con la contradicción y nos refiere al origen de nuestra estructura más básica. Reconocer el vacío es aceptar la complejidad de nuestro lugar en el cosmos en tanto seres físicos, anímicos y espirituales. Una manera de hacerlo es expresando plásticamente esa condición de insustancialidad. Es decir, pensar la forma desde lo informe, moldear los volúmenes sin olvidar el vacío y sugerir lo perceptual a medio camino entre lo presente y lo ausente.

2. A mitad de la noche, en la mitad de la cama, me intoxico pensando mientras busco una explicación a esta necesidad de arrastrarme hasta ti. Es mayo, hace calor y las moscas descienden sobre Caracas. Ayer estuve el día entero intercambiando teléfonos con extraños, buscando un posible enlace para unirme a una célula terrorista. No sé qué me llevó a tomar semejante decisión, ya no entiendo muchas cosas de esas que pasan aquí. Tal vez fue el haberme quedado sorprendido frente a sus ojos y a su burka negra.

Aunque ya no era inocente, de todas formas sospeché, mientras recorría las calles, que los judíos, los cristianos y los musulmanes me observaban desde las azoteas. Sentí pena. Quería pedirles perdón, pero ya era muy tarde.

Éramos cuatro hombres y una mujer. Uno respiraba rápida y profundamente como si todo el aire del mundo no alcanzara para llenar sus pulmones asediados por el tabaco. El otro había nacido con ojos de criminal, sospeché que había salido del vientre de su madre como una afilada daga, haciéndola sufrir dolores inimaginables. El tercer hombre era un cocinero. Nada puedo decir de él pues guardaba todos los rencores dentro de sí. Tal vez era europeo a diferencia de los demás. Fue la mujer quien me contactó a través de una red telefónica con la cual me involucré. Ella esperaba la muerte con paciencia y no ocultaba su solitaria virginidad. Todos convivían en el mismo apartamento, sin hablar mucho, esperando la hora de cumplir su misión.

Nuestras experiencias no eran semejantes, no teníamos asunto alguno que compartir. No había religión, sentimientos, deseos o programas de TV que nos permitieran aunque sea un intercambio de miradas. Creo que servían a los intereses de una ideología anti globalización. Sin embargo, estaban tan lejos de su hogar que habían olvidado el motivo concreto que los había traído hasta aquí. Nunca quise preguntar, yo mismo no podía responder esa pregunta. Creí estar haciendo algo extremo, supuse encontrar algún tipo de satisfacción y no era así.

Días más tarde sonó el teléfono celular de la chica y tuvimos que salir. Íbamos en silencio recorriendo las avenidas en nuestra camioneta azul. Ellos tenían puestos sus cinturones. Yo era simplemente el chofer. Eso me hacía más culpable, me sentía completamente vacío transitando las calles con un arma que no sabía usar.

3. Para hacer literatura apenas hace falta un lápiz, un grupo de ideas arriesgadas y vivir envenenado con emociones que no siempre son nuestras. Sin embargo, esas son condiciones que guardan la mayoría de los creativos. Por ejemplo, un ser humano atrapado en los pasillos de un centro comercial vive robando situaciones que no le pertenecen, cuerpos que no poseerá y diciendo mentiras humildes.

Una vez un joven publicista de Shangai alquiló, en Caracas, la vidriera de una tienda para anunciar los accidentes de su cuerpo. La gente comenzó a escribirle mensajes en el mostrador, en el piso, en las columnas y en los antiguos anuncios de neón. Eran teléfonos, correos electrónicos, direcciones, ofertas, súplicas, insultos y felicitaciones. Cuando no hubo más espacio escribieron sobre su piel. Algunos pensaron en un libro sobre la experiencia, otros querían fotografiar y no los dejaron, los vigilantes sospechan de algunos videos hechos desde algún celular. Nada de esto fue permanente y nunca se llegó a mostrar en Internet. El local fue remodelado a los pocos días de terminar la experiencia y lo que había sobre su piel los adolescentes lo borraron con la lengua.

Como todo, aquel joven de Shangai fue olvidado rápidamente. No obstante, él guardó casi todo en su memoria, incluyendo el sabor de cada boca. Ya anciano y perdido en un suburbio latinoamericano escribió una obra. Era un tratado sobre el consumo de la inocencia. Lo acompañó con algunos ejemplos recibidos por e-mail.

4. Gotas de esperma de vela trastornaban su espalda. Lágrimas de rimel dibujaban trazos inconexos que se confundían entre las filigranas góticas del maquillaje. Las uñas agredían las sábanas mientras los dientes apretaban las almohadas. Su lengua roja ya había probado sangre y aquellos ojos rápidos descansaban bajo los parpados cerrados. Una sonrisa final olvidó las muecas de dolor y los gestos de placer.

El día anterior, cierto hombre, que también era una posibilidad, le había regalado una idea prestada: “todo movimiento produce sonido”. Ella pensó: “toda pulsión que provoque un leve dolor origina un movimiento de placer”. Más tarde se le ocurrió: “El desplazamiento de lo físico incita gemidos indescifrables y continuos que únicamente son comprensible en la literatura”.

Por la mañana, sentada en café Piú, escuchó la charla de dos que hacían referencia a un hombre de Shangai. Era un extraño personaje que conoció el dolor y escribió sendos tratados sobre la inocencia (aunque algunos insisten que fue apenas un libro). Ellos pensaban que nunca habían sido publicados. Ella terminó su botella de agua y los que hablaban bebieron té en tazas de dragones azules. Todos se marcharon por calles distintas. Ella, al llegar a su casa, abrió el correo electrónico y encontró un mensaje, que con palabras sencillas, le ofrecía tres gotas de sangre, una llama capaz de dejar una discreta pero contundente estela de cera sobre la piel, un movimiento continuo y algunas palabras de amor. En ese momento entendió que su cuerpo deseaba huellas imposibles de obtener detrás de un monitor. Su último mensaje antes de salir fue: “sólo el movimiento produce sonido: te amo adictamente”.

5. “Cada escena lleva estampado el sello de este controversial director, cada personaje arranca lo mejor de su intérprete y toda la historia envuelve una propuesta de vida que cuestiona la perspectiva común sobre las dimensiones de nuestro mundo y el tamaño de nuestra imaginación”. A pesar de las continuas sonrisas, todo fue rechazado por el productor.

6. “Inmersa en los corredores de la urbe, resistiendo el acecho de las formas colosales, hay una ínsula, un mundo aparte a cuyo seno el alma ha sido desterrada. O más bien, encerrada en él. Es un guetto habitado por seres colmados de necesidades, melancolía y dolor, pero también de extrañas alegrías propias. Es el lugar donde el poeta ha descubierto lo poco de alma que sobrevive en Caracas”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

7. “Es ahí cuando se produce el primer proceso de la iniciación. Esta introducción representa, en el poeta, la etapa de preparación. Pareciera que cada vez que va a penetrar dentro de los ámbitos enrarecidos de la ciudad, necesita disponerse, descomponerse y recomponerse. Es como si se hiciese de nuevo, para estar presto a iniciar la lucha con la materia o a provocar las transformaciones del alma en la ciudad. Es el mismo sentido del gesto que tienen los alquimistas junto al horno cuando se arrodillan e imploran la bendición de Dios”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

8. “Esa sangre fluye sin detenerse en el interior de la ciudad, buscando siempre algún motivo para irrumpir, mostrarse o aparecer. Esa esencia permanece oculta y en estado latente; urgida siempre de brotar hacia afuera generando una tensión específica. En este libro el párvulo es el guardián de esa potencia, porta bajo su piel tal fertilidad, lo hace conscientemente (no hay rubor), y aún así vive en condiciones de represión y segregación”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

9. “Es en este momento cuando las imágenes poéticas sacan del inframundo las referencias más arcaicas, y aquello que inicialmente venía tomando cuerpo como un torbellino, remata en la armonía del camino cíclico del sol, naciendo en el día y muriendo en la noche para renovarse infinitamente. Se ha trascendido así a un plano superior donde el alma encuentra conexión con armonía”. (Fragmento no publicado del Tratado sobre la sensibilidad)

10. A pocos metros de nuestro destino bajé la velocidad y me quedé mirando por unos instantes un grupo de personas reunidas frente a una vidriera. Era un confuso enjambre de mirones de distinta procedencia: activistas, adolescentes, voyeuristas, estudiantes de Letras, vampiros, bailarinas, diseñadores, periodistas, carniceros, policías municipales y quinceañeras que habían entregado sus labios en fiestas de clase media. Veían extrañados y placenteros a un asiático desnudo que sonreía amablemente detrás del vidrio. Era como un daimon del comercio, un súcubo publicitario o el más puro de los anuncios de toda aquella avenida. Los tres hombres me gritaron: debía apurarme, ellos querían sangre. La chica vio mis labios sonriendo a través del retrovisor. Sus ojos brillantes, atrapados entre dos líneas de tela negra, acariciaban mi cuello sin piedad.

11. Cuando dejó caer su burka para vivir en Caracas, sin la amenaza de aquellos que traicionó una tarde, dejó de pensar en el Kalashnikov y enfrentó su virginidad. Cierta frase escrita sobre una piel — “te amo adictamente” —, una explosión antes de tiempo y una mirada primitiva fueron su primer contacto con un impulso sexual.

12. Un hombre que estuvo encerrado por años detrás de un monitor quiso un período de desahogo para odiar en nombre de otros. No pudo y volvió a su teclado a soñar con un amor inconcluso y a pastar en salas de chat. Un encuentro en la Red lo llevó al sonido del movimiento de las esferas y a desear un toque de dolor.

13. “Shangai tiene un torre gigante con tres esferas rojas, calles llenas de anuncios luminosos dispuestos verticalmente y en agosto está a 31 grados centígrados. Ahí yo era muy elegante y tenía sexo con mujeres dragones que me devoraban por algunas palabras de amor. Sin embargo, mi cuerpo estaba oculto, la publicidad expuesta, las adolescentes eran vírgenes y nadie hablaba de dolor”.

Hay algo que sangra

Fedosy Santaella


El hijo estaba en el pasillo. Era hermoso, era un imán, era maléfico. La mujer se hallaba en la puerta, recostada, cruzada de brazos, sombras en los ojos. Ella tenía suerte también, muchísima suerte, y unos colmillos de alabrastro. Él, serpiente inválida, se encerró en el baño y cayó de rodillas.

Ahora contempla el techo, mientras la realidad llueve sobre su cuerpo. Comienza a sentir. La acidez le devora la garganta. Le tiemblan las manos. Sus dedos huelen a sarro, al mal aliento que tiene en su boca.

Se recuerda caminando por la autopista. Entonces él era el de la buena suerte, y un experto en propinar dolor. Uno de los mejores. Brenda vino volando desde el socavón de la noche. Se detuvo ante él. Cayó de rodillas en un gesto con sabor a deja vú, y mostró los colmillos, el cuello. Pidió que le devolvieran el amor que le acababan de arrebatar.

Él la apartó de un manotazo verdugo. Ella desapareció y volvió con el auto. Abrió la puerta, le pidió que entrara. Le rogó que entrara. Hacía unos minutos él se había bajado del auto y empezado a caminar por la urbanización dormida, sin mirar atrás, sintiendo el placer de la perpetración, sangre ajena sobre el lecho de la lengua. Entonces desembocó en la autopista. La autopista, tan inmensa como su suerte. Y es que con una fortuna como la suya se podía retar a los dioses, ser soberbio y no tener miedo.

Ella se bajó, lloró, imploró. El auto de ella ahora estaba a sus espaldas, en el hombrillo. Él lo miró. El auto le pareció triste, una posesión mundana que no mitigaba el dolor ni garantizaba la buena suerte. Brenda se deshizo como mil polillas que se queman en la luz, y él la vio de nuevo en el auto, frente a la casa, apenas unos minutos atrás, cuando él arrojó el veneno de sus palabras sobre el rostro atónito de la mujer. Ella apenas logró balbucear una interrogación. La respuesta fue un aullido de lobo. Sin más, él se bajó del auto. No volvería a su interior nunca más, no volvería a estar dentro de nada que tuviera que ver con Brenda. Y ella tendría que rodar hacia las oquedades del tiempo, perdida para siempre en su despecho eterno, buscando los falos del desconsuelo.

En el baño, contra la baldosa, en un close-up sobre el residuo de una gota-lágrima dibujada en sal, él busca aferrarse a aquel momento de morbo y satisfacción. Pero el recuerdo de la autopista es huidizo, como una rata que huye del barco que se ahoga. Comienza a ver escenas delicadas, hermosas. Escenas que ahora reconoce como cepos insospechados. Sacude la cabeza. Pero allí están. Ella las inoculó. Son un virus en sus venas.

Cuando ella apareció en su vida, él ya venía aburrido de la eterna salvaguarda de su buena suerte. Creyó entonces que podía quitarse el caparazón y experimentar aquello que los humanos llamaban amor. Se lanzó a campo abierto, sin sospechar que había dejado su rastro por todas partes.

Ella le montó un set de cine, tomó fotos de su felicidad, lo llevó al Lido veneciano del amor y a los centros comerciales de la correcta medianía. Fue la productora de sus sueños, y supo esperar. Ella que no era Brenda, supo esperar. Le dio un hijo. Un hijo hermoso, un hijo imán lleno de luz. Un hijo con una buena suerte tan grande que podía darse el lujo de retar al retador de los dioses.

A partir del nacimiento del vástago, él comenzó a sumar episodios de infortunio. Casi de la noche a la mañana perdió el trabajo, dinero y amigos, sufrió accidentes donde casi pierde la vida, y entró en crisis depresivas que lo arrojaron en el vacío catatónico de las clínicas psiquiátricas. No supo decir qué pasaba. Algo le estaba arrebatando su buena suerte. Su mirada se volvía siempre hacia un mismo sitio. Pero se negaba a aceptar la evidencia.

Ella, de la noche a la mañana, se había empezado a llenar de éxitos. Siempre había noticias buenas para ella, siempre luz en su entorno. Y cada día estaba más hermosa. Hermosa y exitosa.

Y el niño, el niño era de una inteligencia suprema. Avanzaba a pasos agigantados. Era un prodigio que además sonreía y hacía que se derretieran los hielos que habitaban en las comisuras de los labios de los hombres más necios y de las mujeres más frívolas.

Ya postrado en la cama, hace dos noches, ella se lo dijo. Le dijo que se había estado alimentando de él, que le había estado arrebatando la buena suerte. Pero no sólo ella. El niño también. Los dos. Él preguntó por qué (y al hacerlo recordó a Brenda, y su boca fue la de Brenda preguntando, haciendo la misma pregunta). La mujer respondió con una sonrisa y dos colmillos.

Como un paralítico demente que ha perdido sus muletas, se arrastró a duras penas fuera de la cama. En el pasillo encontró al niño prodigio que tenía apenas ocho meses y ya caminaba. El niño le sonrió, y le habló. Ya no recuerda qué le dijo, pero sí tiene muy presente el tono de su voz. Una voz gruesa, firme, educada, como la del demonio que firma los pactos del alma. Él reptó hasta el baño. Se encerró. En el pasillo el niño reía a carcajadas. Esta vez con risa fresca de niño celestial.

Y ahora él está allí, pegado a la baldosa y a la lágrima seca. Ellos esperan afuera.

Desde abajo, desde su ángulo contrapicado, él ve el espejo. Quizá por fin pueda ver sus faccioes, quizá por fin pueda reconocer su rostro después de toda una eternidad. Tan sólo tiene que ponerse de pie, y tratar de encontrar los orificios por donde ellos le han ido chupando la buena suerte.

Cuadros violentos

Roberto Echeto


El apocalipsis flamenco
Un hombre lobo que lleva una falda escocesa, baila flamenco montado en una mesa de la Tasca Farruquito. A sus pies, una dama, entre la jubilosa multitud, le hace coro al cante jondo mientras dispara al aire todas las balas de plata de su ametralladora.


Lolita en el Madre Emilia
Un hombre gordo en traje gris y polainas se encuentra acostado en el sillón de su analista mientras le cuenta: «doctor, tengo un sueño recurrente. Cada noche veo a una muchacha en uniforme de colegio que me invita a que la persiga. Yo, como no como cuentos, me voy detrás de ella, pero el sueño me lleva siempre al mismo sitio: una casa de chocolate y paja que está en medio del bosque, donde ella se encierra sola, dejándome con mi lujuria. Doctor, acudo a Ud. para que me ayude a incorporarle a mi fantasía un tractor para tumbar esa puerta».

El doctor se atusa la barba y le responde:

—Ud., querido amigo, tiene una fijación bastante obsesiva, pero curable. Fíjese: Ud. Es arquitecto y la casa de chocolate a la que su fantasía se refiere tiene que ver con ese tratado de sistemas constructivos y resistencia de materiales titulado «Los tres cochinitos». Ud. Lo que tiene que hacer es tumbarle la puerta a la casa ésa, agarrar a la estudiante, subirle la falda y ponerse a soplar como hizo el lobo del cuento.
—¿Y eso qué quiere decir en la realidad, doctor?
—Que a Ud. le gustan las amigas de su hija.

El retrete de Only Richard
¿Habrá en el mundo algo más golpeado que el retrete de Only Richard?


Salmo 23
El Señor es mi mecánico, llave inglesa no me faltará; en grasientos talleres me arregla el cloche; me pone empacaduras nuevas y me repara el cardán. Me guía por el árbol de leva con el honor de su carburador.

Aunque con la mica rota ande, nada temo, porque tú vas conmigo, y tu destornillador y tu rache me sostienen. Preparas los bornes de la batería ante mí, frente a mi cigüeñal; me unges la correa de los tiempos con aceite Whiz, y mis tripoides con refrigerante BP.

Tu liga de freno y tu gasolina de 91 me acompañan en cada kilómetro de mi viaje, y me estacionaré en el puesto de mi Señor Mecánico por días sin término. Amén.

Intermezzo
¿Sabían Uds. que, para domar un caballo, los indios apaches se le paran enfrente, le agarran la cabeza al animal y pegan la nariz a la suya hasta que las respiraciones de ambos toman el mismo ritmo?
Este cuento es cortesía de la Bola Continental de El Hipódromo de La Rinconada.
Porque no hay nada tan fotogénico como un caballo…


Los Starsky y Hutch venezolanos
Este es el relato de Starsky José Rodríguez, un gordito que le compró una 9 milímetros robada a un ferretero en El Valle.

Starsky José compró el arma para sentirse más hombre y para completar su kit de fantasía… Resulta que antes de comprarse el arma robada, Starsky José Rodríguez se había comprado un Ferlein viejo y rojo al que le pintó una raya blanca…

Ahora que tenía una pistola y el Ferlein rojo, Starsky José rodaba por las calles de El Valle buscando lo único que le faltaba: un catire que fuera Hutch.

Starsky José rodaba y rodaba una y otra vez, pero no conseguía al hombre que estaba buscando. Por eso un día se hartó y, a punta de pistola, montó en el Ferlein a un negrito que se llamaba Freddy. Freddy creyó que Starsky José era un ladrón, por eso opuso resistencia y se ganó un cachazo en la cabeza.

Luego, Starsky lo conminó a montarse en el Ferlein rojo y se lo llevó a un monte más arriba del Hipódromo y de Las Mayas. El negrito creía que sus minutos estaban contados… pero pronto se sorprendió cuando Starsky José detuvo el carro y abrió la guantera. Freddy no podía creer lo que Starsky José Rodríguez le propuso…

Starsky sacó un pote de agua oxigenada y le pidió a Freddy que se lo echara en la cabeza para que se volviera catire.

Y así, en el Oeste de Caracas, resucitaron Starsky y Hutch… Lo único raro era que Hutch era un negrito con afro catire, pero Uds. saben que hoy en día se ve de todo…

Comiendo monstruos
Tengan en cuenta que el jugo rojizo que suelta el percebe al abrirlo debe ir a la boca, no a la camisa, y menos aún a la del comensal de enfrente: o sea, que ábranlos por debajo, nunca por arriba.

El cazador de Cupido
Un hombre llamado Marcos «Laptop» Parra se encuentra sentado, en una mecedora, en el balcón de su casa, con una escopeta en las manos.

Cuando su esposa, María Guillermina Rodchenko, lo encuentra en ese estado, Marcos «Laptop» le dice que él no se moverá de ahí hasta que cace a un amorcillo que revolotea por su casa, con su arco y su casaca repleta de flechas.

Israel Centeno: Palabras duras

María Celina Núñez


1.- Los personajes de Bengala no tienen redención. Teniendo en cuenta el resto de tu obra, ¿puede decirse que para Israel Centeno no existe la redención?

- Pudiera haber en todo esto una trampa, hablo del tema de la redención. Porque incluso quien se redime pudiera vivir en adelante bajo el yugo de la redención. La libertad es un compromiso, por ejemplo. De igual manera, toda opción, incluso el paraíso que nos venden las religiones. Puedes observar, por ejemplo, a un hombre que se redime llenando su cuerpo de explosivo plástico y, convirtiéndose en el esclavo de su martirio, que lo llevará a ese premio irrenunciable, míralo de este modo: pérdida de la libertad, porque se tendrá que calar unos polvos con mil vírgenes y orgasmos de mil años, asunto que me suena irritante. Imagínate el paraíso que uno ve en las portadas de algunas revistas fundamentalistas cristianas: un horror: hombres, tigres y serpientes bajo el yugo de la bondad infinita, comiendo manzanas, bananas y duraznos. Sobre todo esos niñitos monstruosos que no crecerán nunca una vez estén en el cielo, y que andan con una especie de cartilla, en una fosca edénica, enseñando a leer a jirafas y mariquitas. En cuanto a los personajes de Bengala, ellos nos confrontan con el pacto, eso lo digo también por otros personajes que podrían leerse en El Complot y en La Casa del Dragón. El pacto no es otra cosa que la firma de un contrato, todo contrato reta: el reto de violarlo. Tú me das juventud, yo te entrego mi alma, dice Fausto, un hombre inteligente quien asumió tener la ciencia y el ingenio para burlar al diablo. Eso se ve a cada rato. Volviendo a tu pregunta, las personas que banalizan al mal y pactan con él creyendo que, de alguna manera, alardearán de haber podido burlarlo, ineluctablemente cumplirán con su destino. Hay puntos de no retorno, podemos pensar también en Orfeo y Eurídice. Para Israel Centeno existe la redención cotidiana, la redención y los compromisos cotidianos. No hay un estado absoluto, puro, un lugar perfecto adonde ir.

2.- En Bengala el lenguaje juega un papel clave entre lo coloquial, lo procaz y lo lírico, ¿qué puedes decir al respecto?

- Veámoslo como una apuesta personal. Veámoslo como un contrapunteo de voces. Bengala es una novela de contrastes, aún cuando su atmósfera sea nocturna es blanca, gris, invernal, tiene el naranja de los cómics, el azul sucio de las lámparas de neón. En Bengala podremos encontrar también la mancha, el olor, la aridez, el lenguaje coloquial apuesta a su metamorfosis, cabalgando estas situaciones. Hay una ópera allí que se desdibuja, una puesta en escena que se malogra. Te puedo dar un dato que a mí me conmueve: siempre que estoy escribiendo algo parecido, transito emocionalmente el Jardín de las Delicias de El Bosco.

3.- En la novela la noche es el tiempo en que los personajes viven su auténtica vida, ¿por qué esta dicotomía entre el día y la noche? ¿Por qué esta concepción de la noche?

- En el principio creó Dios los cielos y la tierra… Dios dijo “haya luz” y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien y apartó la luz de la oscuridad, y atardeció y amaneció.
- Como verás es una dicotomía tan vieja como la escritura del Génesis. En lo particular, quizás queden dando vueltas dentro de mí algunas de esas distorsiones románticas. Soy crepuscular, y de alguna manera la noche reacomoda mis estados de ánimo. Ahora, si partimos de la dicotomía entre día y noche, estamos creando un espacio donde cabe el amanecer y el atardecer, la madrugada, que no es lo mismo que la noche. La mediatarde, que no es lo mismo que la tarde. Busco mirar desde esa dicotomía algunos matices.

4.- En Bengala aparece la figura de Trotski ya presente en Exilio en Bowery, ¿por qué la recurrencia del personaje?

- Trotski es una figura que siempre me ha fascinado. Un hombre que tiene una vida vasta y contradictoria, como para novelarla. De hecho, cuando escribió su autobiografía, así lo hizo. Es una de esas figuras trágicas, incluso cuando lo estudias, y te acercas a su biografía, desde un inicio sabes que no podía tener otro final que el que tuvo, ni otra vida que la que tuvo. Trotski, (que no los trotskistas ni el trotskismo, ni el comunismo), Trotski, un hombre que ganó una guerra civil sobre un tren blindado y luego se retiró a leerse toda la novela francesa del siglo XIX, perdiendo ante Stalin, de tal manera, el poder; era tan pequeño burgués, tan individualista, que nunca pudo renunciar a su soberbia individual, su gran soberbia, y eso lo convierte en una figura contradictoria y grandiosa. Así lo veo, cada quien tiene sus mitos y siempre, de alguna manera, trato de homenajearlo. Algún día, si todo alcanza, si me da la vida, volveré de una manera más acuciosa sobre el personaje.

5.- ¿Cómo te gustaría que fuera leída Bengala?

Me gustaría, sencillamente, que fuese leída. En todo caso, que su lectura moviese algunas emociones.

6.- Adentrándonos un poco más allá en tu universo como escritor, ¿cuáles son tus autores de cabecera?

Son tantos, aunque podría decir que siempre han sido los mismos y que estoy cansado de encontrar siempre nuevos autores de cabecera, o de no ponerme al día y cuando me pongo al día, me desencanto de los nuevos autores de cabecera y vuelvo a los de siempre. A Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Horacio Quiroga, Gustave Flaubert, Stendhal. Pero son muchos. Y siempre, dependiendo de la vida que vaya viviendo. Soy como las tortugas: llevo una biblioteca como casa. Vuelvo sobre el dato, soy un hombre que se maneja con cábalas: hubo una época de mi vida en que cada año volvía a leerme algunos libros. Por ejemplo, durante quince años consecutivos leí El Túnel, o durante cuatro años, El Pozo. Pasé dos años leyendo reiterativamente a Dostoyevski. Igual me ha pasado con Cien años de Soledad, cada diciembre, durante unos cuantos años, volvía a leerla.

7.- ¿Con cuáles escritores venezolanos contemporáneos te sientes afín?

Me pones en un compromiso. Ni Renato Rodríguez ni Elisa Lerner, ni Salvador Garmendia, ni José Napoleón Oropeza, ni Antonieta Madrid, ni Oswaldo Trejo, ni Ednodio Quintero son mis contemporáneos, pero me siento afín a ellos. Leo a todos mis compañeros de generación con avidez, respeto e interés, de la misma forma que leo a todos aquellos autores más recientes que tienen voces y propuestas interesantes muy dignas.

8.- ¿Cómo ves el problema del género en la literatura? ¿Qué opinas de la llamada literatura femenina?

No opino nada porque no creo en eso. Uno no puede opinar sobre lo que no cree, me gusta lo que ha hecho Oscar Wilde, o Virginia Wolf o Hermann Melville, y nunca me planteé que su trabajo pudiera inscribirse en una literatura de género, bien sea literatura gay, o literatura femenina o masculina. Creo que esta es una discusión que quedó por allá, por los años sesenta. Me parece que Juan Nuño escribió algunos ensayos sobre los géneros. Y pienso que como siempre, los venezolanos nos quedamos con algunas poses frente a una taza de café, la ceja en arco, la mirada oblicua, en completo desfase. Imagínate tú si comenzamos a pensar que existe el género literario de los borrachos, allí podrían entrar Baudelaire y Edgar Allan Poe. Clisé, clisé. Sólo reconozco, me recreo y me deleito en la literatura.

9.-¿Cuál crees que es la discusión fundamental en el campo de la literatura actual?

La de siempre. ¿Está todo dicho? ¿hay algo nuevo que decir? la forma, el fondo, la metaficción, la metaliteratura, el Quijote y todo ese rollo. ¿Ha muerto la novela? ¿Qué es el cuento?

10.- ?Cómo te sientes tratado por la crítica?

Tan bien tratado como yo la trato a ella.

11.- ¿Hay alguna pregunta que nunca te hayan hecho y que te gustaría que te hicieran?

Muchas, pero no me imagino cuáles. Seguramente irán viniendo.

¿Quién habla de curitas?

Juan Zamora


Me pidieron que hablara acerca de las curitas. Confieso que nunca había pensado en esto, confieso además que no se me ocurre nada. Seamos honestos ¿Quién habla de curitas? ¿Qué tema es ése? Nadie, óigase bien, nadie, ningún amigo o conocido te llama para conversar acerca de curitas:

Riiiinnnngggg.
-¡Aló! ¿Wolfan?
-Si.
-¿Chamo, qué clase de curitas usas tú?
CLICK! Tuuuu... tuuuu... tuuuuu...

Riiiinnnngggg.
-¿Wolfan?
-Si.
-Chamo no cuelgues, soy yo, Pablo. ¿Pana, qué clase de curitas usas tú?
-¡Epa Pablito! ¿Cómo anda todo? Panita, estoy burda de ocupado, llámame tipo mañana en la tarde, cuando esté de humor para seguirte la joda...
CLICK! Tuuuu... tuuuu... tuuuuu...

Tampoco te paran en la calle, ni escuchas a otros en franco dialogo con respecto a las fulanas curitas:

-¿Camila, qué curitas le estas poniendo a tu hijo?
-Las de “Los Picapiedras”
-¿Cuáles son esas?
-“THE FLINTSTONES” Pues...
-¡Ah! ,OK. Niña, pero ya salieron las de Superman…

Nunca he escuchado una conversación acerca de semejante tema. Qué se puede decir de las curitas, salvo que las hay impermeables, micro porosas, plásticas, transparentes, de colores, de diversos tamaños. Las he visto de muñequitos, de neón, es decir, fosforescentes, no del “Rey Neón” (bueno, esas también salieron en su oportunidad).

Aún cuando no son tema de conversación, reconozco que las curitas son parte importante de la niñez, incluso de la pubertad y en algunos casos aparecen todavía en la adultez.

En casa, sobre todo cuando hay niños, se deben tener a la mano. Pequeñas heridas son cubiertas con esta singular venda. Hablando de vendas, en una oportunidad me llevaron a donde el tío Benito el “Boticario” quien regentaba una pequeña farmacia; estaba yo hurgando por los rincones del negocio, cuando encontré el sitio donde guardaban las curitas.

Bastó una hora de amena distracción por parte de los adultos allí presentes, para que fuesen sorprendidos por la irrupción de una momia color carne de más o menos un metro de alto. No sé en qué pensaba, pero colocándole subtítulos a esa película muda y en blanco negro que se proyecta en mi memoria, me parece leer algo así como:

-¡Que fino! Vendas que se pegan.
-Allá va el “MOSTRO”. Aaaagggg...!!! Grrrrrrr...!!!.

¡Que ingenio! Claro, incomprendido y castigado en aquella época.

Ingeniosa también resulto la vez en que tuve que arreglarle el ruedo a un pantalón con unas curitas. No tenía a la mano una engrapadora, se había acabado la cinta adhesiva y era vital para mí, tener ese pantalón nuevo listo para lucirlo esa tarde en un matiné. En aquel entonces, los jóvenes no utilizábamos la aguja y el hilo para esos menesteres; echábamos mano del popular “Celotep” o “Celoven” y la plancha, para ajustar el tamaño del “blue jeans” o en su defecto, grapas o alfileres.

La medida pudiera parecer un tanto graciosa, pero les juro que funcionaba. Por cierto, en una ocasión me quise hacer el gracioso con una jovencita y le dije: “Eres tan pequeña que en lugar de toallas sanitarias, te pones curitas...”. Ella me respondió: “Y tu tan IDIOTA que utilizas esas mismas curitas para quitarte la pelusita esa que te sale en lugar de bigote”.

Dolió, les juro que dolió. Era un imberbe, sí, pero tenía bigote, claro que era un bigote; y hasta me lo afeitaba. No necesitaba una bandita (tampoco era muy conocida la depilación).

Bandita... Por mi casa existía una “Bandita” de zagaletones conocida como “Los Curitas”. Los llamaban así, porque todos habían sido monaguillos - no se que tiene que ver, pero como de recuerdos se trata, me vino ese a la mente-, el mayor de ellos se llamaba Aquiles.

Aprovecho y aquí les cuento que tengo un problemita en mi talón izquierdo (talón, Aquiles, me suena). Una pequeña malformación producto de un accidente, me obliga a utilizar una curita, cada vez que estreno zapatos. Si no tomo ésta precaución, se me hace una ampolla en el talón, y pierdo la calma porque me fastidia hasta el alma.

¿Han visto por allí el término “Curitas para el alma”? hay gente que lo aplica para referirse por ejemplo, al tiempo:

“La mejor curita para el alma, la más natural y la única que no tiene contraindicación: es el tiempo....es el único que cura las heridas...” (Esto lo leí en algún sitio).

Charly García compuso una canción llamada “Curitas":

“La chica que esperaba era infinita
como el bajo que perdí
pegaba las canciones con curitas
hay algo que sangra
hay algo que sangra por mí.
Hay noches que no puedo dormir
hay noches que no puedo dormir
hay noches que no puedo dormir
sin curitas.”

Yo tengo mi propia concepción de lo que son “curitas para el alma”. Cuando llego a mi casa cansado, atribulado y apesadumbrado porque no todo salió bien o simplemente el día no fue el mejor, y mi esposa me recibe con un beso, eso es una curita para mi alma. Cuando veo a mi hija sonreír, cuando observo sueños y esperanzas pintadas en su cara, eso es una curita para mi alma. Cuando me acuesto preocupado, inquieto o tenso, el abrazo tierno y la cálida cercanía perfumada de mi esposa, son la curita puesta en mi alma herida.

En fin, fue de curitas que me pidieron hablar, el problema es que no sé qué decir, no se me ocurre nada a no ser las preguntas iniciales: ¿Quién habla de curitas? ¿Qué tema es ése?

Tres poemas de Wika Crespo

Profanación de una puta

En una taza de fluidos corporales
habitan monstruos agridulces
Donde Dios y Lucifer se dan el beso de judas
donde el jabón de cuaba endulza el mal de ojo
donde crece una barba encrespada
en la mandíbula de una sonrisa vertical
donde languidecen las aguas de mayo
en una almohada que aborta sueños mojados
donde se cuecen cayenas y atabales
Allí en el toto…
Donde hierven damas y putas…


Mi Dios

En la punta de la lengua,
me nace un viñedo de blasfemias y religiones.
Hoy mi Dios se ha columpiado sobre mi cintura,
bailó el vals del Diablo sobre mi vulva.

Derramó en mis labios el mar de fuego que hierve en su miembro.
Mi Dios hambriento, insaciable,
abandonó su hábito para saciar su voraz apetito, en la Biblia de mis muslos.


_________


Si, soy una puta
que fuma marlboro
que usa blanqueador de dientes antes de mamar
esa que se depila las piernas,
los sobacos
los malditos pelos que me nacen en medio de las tetas.
Adicta a las hortalizas [zanahorias, pepinos]
Amante de los tubos lechosos [plátanos, yucas]
Masturbadora enfermiza
La que se mete los dedos
se viene tirada en el baño
una cuero cibaeña
que le chupa la semilla al mango…

A Beautiful Mind

José Javier Rojas


Ellos tienen mucho miedo, y como la miseria ama la compañía, ellos no estarán a gusto hasta que todos tengamos, por lo menos, tanto miedo como para buscar a otros y contagiarlos también. Anotado: El miedo es la mejor forma de control porque es contagioso. Los más inteligentes entre ellos, logran hilvanar discursos seductores y convincentes, que son irrefutables en cualquier discusión, porque no hay forma de discutir lo que no tiene discusión. Cada refutación rebotará en contra de quien la esgrima, porque "comprobará" ante ellos el "argumento" de la existencia de una "conspiración de silencio".

Contar sólo las partes de la verdad que me interesan, es la mejor forma de mentir. La mentira no puede ser verdad, pero está obligada a ser verosímil, como todo mentiroso que se respete conoce y aplica para su uso y provecho, así sea literario. Si ellos han multiplicado exponencialmente las teorías conspirativas, para "validarlas" en cuanto son asentadas en un medio cualesquiera, pues ahora con la multimedia, a temblar de miedo todos, porque ellos publican hasta las sombras de debajo de nuestra cuna. Si antes era Roswell, ahora son las Torres Gemelas. O los evangelios gnósticos. O Al Qaeda. Como diría Umberto Eco, siempre terminaremos llegando tarde o temprano a los templarios. O a los cátaros, o los merovingios, o a la CIA, o al G-2 cubano, ponle tú. Sombras nada más.

Debo a Dwayne McDuffie, guionista de Liga de la Justicia Ilimitada el conocimiento de una palabra nueva, que existe para explicar esta forma de ser, pensar y actuar de "ellos": apofenia. La apofenia es encontrar relación significativa entre eventos que tienen poca o ninguna relación. Quien padece de apofenia cree que dice la verdad y que descubre la verdad "oculta" para los demás. Casos de estudio: Fox Mulder, John Forbes Nash, Michael Moore, Condoleezza Rice, Fidel Castro, Carlos Sicilia y Dan Brown.

Claro, creer que "ellos" existen y actúan como parte interesada de un plan, eso también suena a una conspiración. Quizá sea más honesto escribir "nosotros" cuando hable de la apofenia ¿o será eso pecar de paranoico? ¿o de pantallero?

Las Curitas del Sebastián

María Eugenia Gil.Mi nombre es Sebastián, tengo ya 8 años y como se leer, ayer revisé las cosas pendientes de mamá pegadas a la nevera con un imán y leí para mi gran sorpresa algo así como “hacer el escrito para la fábrica de curitas”…hummm y me quedé pensando ¿cómo mi mamà va a escribir sobre curitas si ella sobre “eso” no sabe nada?… Y es que para contar historias de curitas llámenme a mi que tengo un “estoraque”, jajaja como dicen los adultos!!! Y es por esta razón que hoy, a escondidas, estoy escribiendo (porque también se escribir) estos cuentos que para mi son maravillosos y tienen su misterio. Aunque mamá luego se que me lo agradecerá, pero este chance ERA MIO, no podía hacerlo ella!!!

Cuando era más pequeño de lo que soy ahora, más o menos de 5 ò 6, ya no recuerdo, tenía agarrada la manía de cogerle a escondidas toda, pero toda, la caja o cajas de curitas a mi mamà y las destapaba una a una, lentamente, pues era parte de la fascinación que tenía y, comenzaba a dibujar, a hacer caminos interminables que iban hacia el cielo con ellas sobre la paredes, el piso, la mesa de mi cuarto o cualquier sitio donde pegaran era bueno. Hacía todas las figuras que se me ocurrían y hasta alternaba el forrar algún muñequito (o carrito o que se yo, lo que me provocara al momento) completamente con ellas y luego lo incluía dentro del juego de las curitas “unicolores”. Ah! porque debo aclarar, que en mi casa siempre hubo curitas de 2 tipos, unas serias, fastidiosìsimas y que ya dolían de no más verlas, de un color carne horrible que luego yo para quitarle “el feo” las pintaba, con marcadores que no se chorreaban, les ponía escarcha y mucha pega y a veces hasta calcomanías encima y otras que vinieron luego de muñequitos y muchas formas, tamaños y con olores, arrechìsimas y otras hasta que brillan en la noche. Total, para mi las curitas siempre fueron como un papel especial que podía pegar en cualquier parte y que además descubrí que siempre, todavía no se por qué, a la gente le daba como un “no se que, porecita” el despegarla, jajaja, así que tenía entre otros dones, que luego explicaré, también ese, el de la “permanencia en donde le diera la gana”, es decir, en donde a mi se me hubiera antojado dejarla pegada. Siempre recordaré con un placer que todavía me provoca, pero que ya a mi edad no puedo repetir, pues me “rayaría” delante de mis panas, cuando hacía una pista gigante en forma de 8 acostado para mis carritos, pues aunque ya tenía una eléctrica, esta no tenía todas las alcabalas y vainas que yo le “metía” para “aderezar”, como dice mi mamà, el nuevo juego que creaba mientras la construía. Las curitas eran antifaces de mis muñecos que pintaba, fueron tattoos extrañísimos, fueron también curitas si el muñeco estaba herido y si necesitaba alguna pulsera especial un pelo 3–d, pues ellas “fueron” también pulseras, antes que las de goma que ahora todo el mundo usa.

Y ni hablar de las de muñequitos y colores que salieron después, me simplificaron en algo el trabajo y todavía (pero esto es secreto, porfa) juego con los dedos, poniéndome quizás un par, una en cada índice, y me tiro unas luchas que hasta logran hacerme más daño del que ya tenía antes de ponerme las curitas, pero yo gozo muchísimo y me río en silencio y otras a carcajadas pues quizás sólo los que han jugado a “esto” pueden entenderlo.

Pero hay una parte MAGICA que será y sigue siendo la MARAVILLA de las curitas y todavía ¿no se por qué? Solamente recuerdo que en las infinitas veces que me corté o me raspé o me hice daño en alguna parte de mi cuerpito y de él salió por más pequeña que fuera o muy grande la herida, porque también me di unos golpes que no veas tú, algún asomo de sangre o agüita o algo parecido, el solo nombre de “CURITA” a lo lejos de las carreras de mamà o de mis maestras o papá o mi hermano, ya representaba para mi CASI el alivio total, por no decir la DESAPARICION ABSOLUTA, del accidente sucedido. No se por qué carrizo esa palabra tan boba como “CURITA” tiene ese poder tan grande de SANACION INMEDIATA, aunque tengas una bola debajo de ella como un huevo de gallina o una herida de 7 puntos, no importa, la curita te la sanará y lo mejor de todo es que casi en fracción de segundos, luego de una hora llorando, como poco, zasss!!! Te desaparece el dolor. No me lo crean, si quieren, pero sucede!!! Creo que es una cuestión de confianza, ¿será?, que viene entre nosotros y “ella” y nuestros papás desde que somos pequeños, pero mejor le preguntaré a ellos el misterio este que no acabo de entender cuando termine estos cuentos que ya se me hicieron muy largos y creo que me voy a dormir con una curita en cada dedo índice, pues tenía todas las vacaciones sin escribir en la “compu” y como que me salieron 2 ampollas!!! Auch!!!

Curitas… itas… itas

María Dolores Torres



Cuando yo era chiquita, mamá decía que las curitas sanaban todo. Y yo me lo creía… y de verdad sanaban casi todo – lo externo-, al menos eso parecía.

Luego fui creciendo y comencé a preguntarme por qué mi mamá no usaba curitas para sus heridas. Pero claro, es que como ni siquiera se veían, ¿dónde se las iba a poner? Ella lloraba y lloraba y yo, desesperada, trataba de ver si encontraba alguna curita que le sirviera y, sobre todo, buscaba dónde ponérsela sin encontrar el lugar apropiado – porque el alma no se ve desde afuera – solo un atisbo a través de los ojos, pero ahí no se podían pegar las curitas.

Ahora que soy grande -y además de seguir viendo a mamá con heridas no curadas, tengo las mías propias- ya no creo en las curitas. Parece que no sirven para los adultos, a menos que sea para las heridas de niño-adulto, como un raspón en la rodilla, un dedo cortado por un cuchillo de cocina o un pellejo comido por la ansiedad.

No por casualidad se llaman curitas, en diminutivo. Las heridas de los niños suelen ser pequeñas y externas (la mayoría de las veces, porque hay otras que ni quiero nombrar). Además, los niños creen más en la magia. A nosotros los adultos casi siempre se nos olvida.

Entonces, para nosotros los adultos no se han inventado curas (no curitas) que sirvan.

Si yo tuviera tiempo y paciencia, crearía algunas, las empacaría en cajitas para venderlas en las farmacias y seguro me haría millonaria. Al menos cicatrizaría una de mis heridas: la pelazón.

Curas para el despecho, curas para el fracaso o los sueños no alcanzados, curas para el remordimiento, curas para la culpa, curas enormes para el dolor que vemos en nuestros hijos y que nos duele más que todo lo demás. Curas de todos los tamaños para las angustias económicas, curas gigantes para sanar al país. Curas para las heridas auto inflingidas (porque se nos olvida que el karma lo cobra todo), curas para los vicios (incluyendo el vicio a la depresión).

Producción en masa de curas para el ego herido, para la menopausia y andropausia, para la frustración que sentimos frente a la imagen en el espejo – heridas causadas por la creencia de la eterna juventud.

Curas a precios solidarios para todos los padres que han perdido hijos asesinados a mansalva en guerras (de países, de barrios, de hambre… porque hay muchos tipos de guerras).

Curas para la envidia, la desconfianza, la desesperanza, la añoranza.

Curas para las heridas causadas por la viveza de otros, por el abuso de poder, por las mentiras que nos creemos.

Curas para el pesimismo que se nos contagia por lo que vemos, escuchamos y leemos en los medios de comunicación o en los mails de los amigos.

Curas infinitamente largas para sanar la sensación de vacío en el alma por creer que estamos solos en este mundo, que muchas veces parece más bien el infierno.

Inventaría también una mamá o un papá como los de una infancia “ideal”, que nos siguieran poniendo las curitas aún después de estar nosotros viejos, vinieran a arroparnos en la cama esos días en que todo parece salir mal y se quedaran a nuestro lado hasta que nos quedáramos dormidos, contándonos un cuento de hadas de curitas que sanan todas las heridas, como los de príncipes que con un beso resucitan a las princesas dormidas desde hace siglos (muertas, pues).

Al final creo lo que casi todos necesitamos es una cura para la fe, pues sabemos que algo existe -por allí adentro o allá arriba- que sana, que ayuda, que cura todo (algunos lo llaman Dios), pero que con el dolor y las angustias, se nos olvida a cada rato.

Mientras tanto, pues a reírnos de nuestras heridas, a seguir pagando psicoterapias y medicamentos de recipe morado, y a echarle bolas para no morir mientras alguien inventa esas curas, o recuperamos la fe en la magia de nuestra infancia

PD. La palabra “curita” no sale en ningún diccionario. ¿Será que las soñamos?

http://web.mac.com/mdtorres

The 4 jinete(ra)s del Apocalipsis Bar Clubputiclub

Javier Miranda-Luque


¿Qué tiene que ver este antro y receptáculo sórdido de las miserias humanas que se menciona en el título con una asépticamente respetable factoría de curitas? Pues que son locales vecinos de galpón en uno de los más lastimosos enclaves infraindustriales del este caraqueño. ¡Más nada!

—Óyeme, Fidel, bájale el volumen a esa musiquita de Celia, que se me parte la testa con el dolor de cabeza, ¡no jodas, viejo!

—Ño, Raúl, tú sabes que no puedes seguir tomando vodka, mi hermano, esto es el trópico de Ana, recuerda que ya no andas en Rusia y el clima jode, camarada, el calor aniquila, la humedad nos va pudriendo de adentro hacia fuera y encima aquí ni siquiera funciona el aire acondicionado. Apenas lo prendes y el armatoste ése lo que te suelta es un huracán tibio y un rugido intestinal del quinto carajo.

—Ya corta el discurso, Fidel, porque, casualmente, el único que no se cansa de escuchar tu voz eres...

—...tú y tú and you y nadie más que tú, Fidel, frufrú.

—Dichosos los ojos, Boy George, madre borrachera la tuya de anoche, después de refocilarte a la media docena de huéspedes de Guantánamo.

—Déjalo tranquilo, Fidel, ¿no ves la carita de yo no fui que tiene Georgie esta mañana? Además, como tú no bebes, pues no nos entiendes a quienes disfrutamos el néctar etílico, hábito divino.

—Gracias, Raúl, but no thanks. Porque cuando a ti cualquiera te convida a un par de copas de ese brebaje ruso mentado vodka, tú te vuelves lodka de atar.

—Atarte es lo que tendría yo que haberte hecho a ti, hace años allá in the old good Texas, the lonely star home of the braves, land of the frees, para evitar los desastres en que has incurrido a lo largo de tu vida, George Junior, for god sake.

Tal es el apocalipsis cotidiano de los four partners de este botiquín abierto, como las farmacias de turno, todas las noches. A las siete post meridien en punto, con estruendo de pachanga desnutrida, se abre la santamaría del local de 69,96 metros cuadrados, telón rocambolesco que anticipa, con pudor contenido, el vodevil que nuestros 4 personajes protagonizan, velada tras velada, intentando evadirse, infructuosamente, de sus vidas pasadas.

Es un strip-tease existencial que los desborda, pero que ellos parecen disfrutar en una suerte de catarsis psicoanalítica de la que Freud se exilió hace décadas. Incluso las impenitentes hordas de religiosos habituales que ejercen el más salvaje proselitismo con idea de salvarse ellos mismos de las inclementes llamas del infierno, merced a sus borregos reclutados en la fe omnímoda del tuperware, han tirado la toalla en su misión pedestre de rescatar a estas almas extraviadas dentro de sus particulares fundamentalismos.

Resulta divino observar las analogías entre los dos más añejos, por ejemplo, en su desprecio compartido por el alcohol donde naufragan sus respectivos familiares más jóvenes. A saber: el mar de bourbon y el océano cristalino de vodka. Ambas humedades asediadas por tiburones hambrientos de balseros y ciclones que fracturan el tedio climático interrumpido fugazmente por el tintineo de la anquilosada caja registradora o las “botellas rotas” que una edulcorada Celia Cruz entona junto a los “Fabulosos Cadillacs” argentinos, desde las bocinas monoaurales de la rockola esquinada junto a la puerta del único urinario unisex que apesta, con bocanada salitre, a sanitario de carretera tercermundista.

—Óyeme, Jorgiboy, el comemierda de tu papá todavía no aprende a jugar dominó cubano como se debe. El dominó cubano, con su ejército de fichas hasta el doble nueve, es el ajedrez de los insulares, caballero.

—Let’s play poker, war games or Monopoly, pa’ que veas, Raúl, cómo te doy una paliza and Im going to kick your ass, from right here to the holly hell.

—Spanish spoken, mister danger, que de lo contrario los clientes no entienden ni jota.

—Déjalo, Fidel, que yo acepto el reto. Vamos a medirnos jugando dominó cubano, poker, dardos o tiro al blanco. ¿Te acuerdas de aquellos misiles soviéticos y la cagamentazón que les dio a los gringos en ese entonces, tanto así que llegaron a ostentar el consumo per cápita de papel higiénico más alto en la historia de la civilización occidental?

—Yo me encargo, Raúl, que lo voy a derrotar en su propio campo de golf.

—Quién lo diría, Fidel, so you use to play golf. I can’t believe it.

—Yes, I do play golf, old George.

Movidos por un resorte invisible, pero tenso, arrinconan las mesas y sillas escuálidas, ingeniándoselas para convertirlas en cerros escultóricos de madera podrida y fórmica. Los escasos clientes se sientan sobre la barra, tribuna privilegiada que soportará sus traseros en concierto flatulento. Más que un partido de golf, se trata de un set de “golfito” bajo techo. Encienden las luces fluorescentes que obsequian una palidez de ultratumba a los presentes. Las reglas de juego son simples: gana quien “envase” (sic) antes que su adversario 9 pelotas sospechosamente blancas en las jarras cerveceras acostadas estratégicamente sobre el piso de linóleo, sonriente de grietas y arrugas milenarias.

—Esta noche, los tragos corren por cuenta de la casa.

—Oh, yes, free drinks but only para quienes apuesten por la “F” o por la “G”.

(¿”Fuck “ or “God”?, se pregunta quien suscribe).

—Toma nota de las apuestas tú, Raúl, mientras yo empiezo a servir los tragos.

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(Desacostumbrado y apócrifo epígrafe (sin juicio) final):

Curitas: (1) resulta evidente que la civilización egipcia, con los vendajes en que envolvían a sus momias, son los precursores de las “curitas” (o “band-aids” gringas). De allí saltamos a la inquisición, cuando a cierto fraile dominico amigo de Tomás de Torquemada se le ocurre cubrir las heridas inflingidas durante las “sesiones de iluminación a través de la expiación de la culpa mediante la dosificación estratégica del flagelo” con “tiras rectangulares de apósitos textiles”, preferiblemente de lino que, dada la sutileza de su textura, permite la oxigenación adecuada del tejido injuriado.

Curitas: (2) curiosa congregación de curas enanos, originarios de Liliput, dedicados en cuerpo y alma al cuidado de los heridos de guerra. Su labor misionera se extendió a los Países Bajos donde fallecieron ahogados durante el rompimiento de un dique, suerte de diluvio en plan golpe y porrazo divino.

Curitas: (3) tonada infantil desvirtuada a lo largo de sus interpretaciones en el tiempo, degenerada por la tradición oral que la replicaba sin haber sido nunca registrada en notaciones impresas de ninguna clase. El original iba así: “sana (bis), curita de rana; si no sanas hoy, no defecarás mañana”. Se sospecha el posible efecto psicológico de este canto primigenio en el contagio del estreñimiento virulento que azota a glúteos del mundo en ambos hemisferios.

Curit-ass: (4) anglicismo intestino que designa a cierto antecedente preclaro de la toalla sanitaria hemorroidal e, incluso, a los pañales para incontinencia esfinteriana adulta. Las pruebas de carbono 14 los sitúan en Sodoma antes de ser arrasada por las bombas incendiarias de Hiroshima, Nagasaki y Gomorra.

Cura, no tiene: argumento que obtienen los enfermos sin seguro de hospitalización privado ni seguro social vigente.

Cura-anderos: técnicos superiores de la economía informal; buhoneros que expenden brebajes de toxicidad desconocida sobre alfombras extendidas sobre la acera; prestidigitadores de ilusiones ajenas que, excepcionalmente, logran el prodigio de que el enfermo olvide sus padecimientos, en complicidad con el cuerpo solidario.

Cura, lo: consuelo de tantos insensatos que bien podría institucionalizarse cual religión proselitista que acoge a sus acólitos en manicomios extramuros. Los dioses ataviados con sus camisas de fuerza han muerto y celebramos su deceso con dosis excesivas de entusiasmo delirante y eterno. Sin evangelios ni mandamientos no hay pecados posibles ni angustias ni arrepentimientos. ¿El averno? Es una venta de pollo en brasas que tiene bar abierto (all you can drink) de cerveza tibia, pero con una excelente barra de ensaladas frescas y envidiable vista panorámica. Eso sí: no hay urinarios.

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(Enciclopedia hiperbólica de la historia nimia. Volumen 3, apéndice 07. Tipografía Políglota Vaticana, 1959.)