Curita editorial
Los Chang sacaron sus cuentas y balances y se sentaron a discutir sus columnas del Debe y el Haber y llegaron a la conclusión de que el negocio se les estaba relajando más de la cuenta. Que la Juguetería de los Hermanitos Chang los había perdido (a miembros de familia, empleados, clientes, a todos) en una nebulosa colorida y emotiva. Y ya el resto de la mafia comenzaba a burlarse, se corría el rumor de que los Chang estaban perdidos de sensibleros, que habían aflojado la cuerda porque ya no eran los mismos.
Así que llegó el día en el que se presentaron los mismísmos Hermanos Chang en la tienda y -ante nuestra mirada atónita- a fuerza de patadas voladoras, golpes de kung fu, bastonazos y hasta lanzamientos de rayos energéticos que les salían disparados por los ojos iban destruyéndolo todo mientras repetían: “¡Se acabó juego de niñitas, ahola fáblica de culitas!”.
Y nosotros aterrorizados, cubriéndonos detrás de la caja registradora y la máquina de bolitas de chicle de colores, respectivamente, nos aventuramos a preguntar: “¿Una fábrica de curitas… y eso para qué?”. La respuesta nos helaría la sangre: “Empleado habitual… es cliente potencial”.
Entendimos una vez más la grandeza, la clarividencia de los Chang, la sutileza de su crueldad. El nuevo negocio era redondo. A partir de ese instante todos íbamos a padecer una serie de pequeños accidentes domésticos: cortaduras con papel, laceraciones de dedos con los cuchillos de la cocina, picaduras de animales hasta ahora inofensivos, desgarramientos de las partes más delgadas y frágiles de la piel. Y nada mejor para esas pequeñas heridas que una curita. Nosotros las fabricaríamos para el uso de la clientela, pero también para el uso del propio personal.
Llamamos a todos los involucrados, explicamos la nueva dimensión del negocio y pedimos colaboración. Algunos accedieron por las buenas, con otros tuvimos que apelar a los pequeños escarmientos. Nada que no se curara con una curita.
Curitas para los pellejitos fuera de lugar, curitas para fijar la aleta nasal desprendida de nuevo a la cara, curitas para proteger la sensibilidad de la carne viva del dedo huérfano de uña, curitas para ponerse por fuera, curitas para rellenar algunas cosas, curitas para cicatrizar heridas internas. Curitas con sabor a chocolate, a fresa, a caramelo con extra de sangre. Curitas con texturas de piel fina, de pelos, de osito de peluche, de labios húmedos. Esta es la Fábrica de Curitas de los Hermanos Chang, donde siempre habrá alguna que le sirva, donde no le tememos al reciclaje, la única a la que Ud. llega sano y salvo pero saldrá herido y con varias puestas.
José Urriola y Fedosy Santaella (Capataces)